El indulto y la liberación han provocado rápidas reacciones internacionales y nacionales, intensificando las divisiones en las relaciones entre Estados Unidos y Honduras y poniendo de relieve las tensiones en las políticas migratorias y antidrogas de Trump.
La decisión generó críticas bipartidistas en el Congreso. Demócratas y algunos republicanos la denunciaron por socavar la credibilidad de Estados Unidos en la lucha contra los cárteles de la droga, especialmente en medio de los debates sobre seguridad fronteriza.

La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, defendió el indulto culpando al juicio de la era Biden por la falta de pruebas, mientras que fiscales como Jacob Gutwillig habían argumentado previamente que Hernández “corroía las instituciones hondureñas” con la narcoprotección respaldada por el Estado.
Con Honduras en un “empate técnico” durante su ciclo electoral presidencial, la liberación ha galvanizado a la oposición.
El Partido Nacional (PNH) de Hernández la celebró como una reivindicación, pero el gobierno de la actual presidenta Xiomara Castro la considera una amenaza para los esfuerzos anticorrupción.
El fiscal general Johel Zelaya se comprometió a buscar justicia en Honduras, señalando posibles cargos por delitos relacionados con la impunidad, aunque los detalles aún no están claros.
La esposa de Hernández, Ana García de Hernández, agradeció públicamente a Trump y describió la liberación como el fin de “cuatro años de dolor y desafíos difíciles”.
Su abogado, Renato Stabile, confirmó la liberación la madrugada del 2 de diciembre, destacando el optimismo de Hernández por recuperar su vida.
Medios internacionales como la BBC, Al Jazeera y AP lo presentaron como un golpe a la aplicación de la ley antinarcóticos, y los elogios de Trump a las iniciativas antidrogas de Hernández en 2019 (a pesar de las pruebas presentadas en el juicio) alimentaron los debates sobre la justicia politizada.
Juan Orlando Hernández (JOH), expresidente de Honduras (2014-2022), fue extraditado a Estados Unidos en abril de 2022 por cargos de tráfico de drogas y violación de la ley de armas
En marzo de 2024, un jurado federal de Nueva York lo condenó por conspirar para importar más de 400 toneladas de cocaína a Estados Unidos y por posesión de ametralladoras, presentándolo como el artífice de un “narcoestado” que protegía las operaciones de los cárteles mediante instituciones estatales.
Fue sentenciado en junio de 2024 a 45 años de prisión (540 meses), más una multa de 8 millones de dólares y 60 meses de libertad supervisada.
Hernández mantuvo su inocencia, calificando el juicio de “linchamiento” y una “trampa de la administración Biden”.
El 28 de noviembre de 2025, el presidente Donald Trump anunció su indulto, alegando trato severo e injusto, y el indulto se emitió el 2 de diciembre de 2025, lo que resultó en su liberación inmediata de la USP Hazelton en Virginia Occidental.
El indulto y la liberación han provocado rápidas reacciones internacionales y nacionales, intensificando las divisiones en las relaciones entre Estados Unidos y Honduras y poniendo de relieve las tensiones en las políticas migratorias y antidrogas de Trump.
La decisión generó críticas bipartidistas en el Congreso. Demócratas y algunos republicanos la denunciaron por socavar la credibilidad de Estados Unidos en la lucha contra los cárteles de la droga, especialmente en medio de los debates sobre seguridad fronteriza.
La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, defendió el indulto culpando al juicio de la era Biden por la falta de pruebas, mientras que fiscales como Jacob Gutwillig habían argumentado previamente que Hernández “corroía las instituciones hondureñas” con la narcoprotección respaldada por el Estado.
Con Honduras en un “empate técnico” durante su ciclo electoral presidencial, la liberación ha galvanizado a la oposición.
El Partido Nacional (PNH) de Hernández la celebró como una reivindicación, pero el gobierno de la actual presidenta Xiomara Castro la considera una amenaza para los esfuerzos anticorrupción.
El fiscal general Johel Zelaya se comprometió a buscar justicia en Honduras, señalando posibles cargos por delitos relacionados con la impunidad, aunque los detalles aún no están claros.
La esposa de Hernández, Ana García de Hernández, agradeció públicamente a Trump y describió la liberación como el fin de “cuatro años de dolor y desafíos difíciles”.
Su abogado, Renato Stabile, confirmó la liberación la madrugada del 2 de diciembre, destacando el optimismo de Hernández por recuperar su vida.
Medios internacionales como la BBC, Al Jazeera y AP lo presentaron como un golpe a la aplicación de la ley antinarcóticos, y los elogios de Trump a las iniciativas antidrogas de Hernández en 2019 (a pesar de las pruebas presentadas en el juicio) alimentaron los debates sobre la justicia politizada.
Estas consecuencias subrayan la tensión entre la clemencia ejecutiva y la rendición de cuentas judicial, con efectos colaterales sobre la migración (ya que las rutas de la droga impulsan los flujos hacia el norte) y la estabilidad regional.
El indulto de Juan Orlando Hernández representa una marcada politización de la justicia, priorizando las alianzas geopolíticas sobre la rendición de cuentas basada en la evidencia en una de las mayores narcoconspiraciones jamás procesadas.
Si bien ofrece una redención personal a Hernández —permitiéndole potencialmente reincorporarse a la política hondureña en medio de las elecciones—, corre el riesgo de fomentar la impunidad en América Latina, donde líderes como él han difuminado desde hace tiempo las fronteras entre el poder estatal y los intereses de los cárteles.
Para Estados Unidos, complica la narrativa de Trump de “mano dura contra la delincuencia”, especialmente porque la seguridad fronteriza sigue siendo un punto álgido.
En definitiva, este evento pone de relieve la fragilidad de las normas internacionales anticorrupción: sin una presión bilateral sostenida, el legado del “narcoestado” perdura, perpetuando ciclos de violencia, migración y erosión de la confianza en las instituciones democráticas.
Honduras enfrenta ahora una prueba crucial: si confronta su pasado o permite que indultos desde lejos reescriban la historia

