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El 12 de diciembre de 2025, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el grupo guerrillero más grande que aún queda en Colombia, anunció un paro armado de 72 horas, que comenzaría a las 6:00 a. m. del 14 de diciembre y finalizaría a las 6:00 a. m. del 17 de diciembre.

El grupo lo presentó como una “protesta contra el plan neocolonial de Trump”, citando las recientes acciones militares estadounidenses en Latinoamérica, incluyendo presuntos atentados con bombas en embarcaciones contra miembros del ELN, sobrevuelos cerca de las costas venezolanas y amenazas de la Casa Blanca de realizar huelgas terrestres en Colombia para apoderarse de los recursos petroleros.
El ELN enfatizó que las decisiones sobre el futuro de Colombia deben tomarse en Bogotá, no en Washington, y se comprometió a oponerse a la explotación extranjera de recursos.
Si bien se declaró a nivel nacional, la ejecución del paro afectará principalmente a los bastiones del ELN en los departamentos del noreste (por ejemplo, Arauca, Norte de Santander, región del Catatumbo) y zonas occidentales como Cauca, Nariño, Chocó y Antioquia.
El ELN instruyó a la población civil a evitar carreteras y ríos navegables durante este período, prometiendo “respetar” a los no combatientes y sus propiedades, pero advirtiendo contra la interacción con personal militar para prevenir “accidentes”.
Esto evoca tácticas históricas del ELN, donde estos ataques imponen toques de queda de facto mediante puestos de control, inspecciones de vehículos y violencia ocasional.
El anuncio ya ha generado alarma generalizada, especialmente al coincidir con la temporada navideña, cuando se alcanzan los picos de viajes para reuniones familiares y se dispara la actividad económica en las zonas rurales.
Se prevén graves interrupciones en el transporte por carretera y río en las zonas afectadas, lo que provocará confinamientos forzados que limitarán el acceso a alimentos, atención médica, educación y mercados.
Los ataques anteriores del ELN han provocado vehículos incendiados, heridos civiles y muertes aisladas por fuego cruzado o represalias.
Grupos de derechos humanos advierten que esto podría exacerbar la vulnerabilidad de las comunidades indígenas y afrocolombianas en el Chocó y el Cauca, donde el control del ELN se solapa con crisis humanitarias.
Las economías rurales que dependen de la agricultura, el transporte de ganado y el comercio informal enfrentan pérdidas inmediatas. Por ejemplo, los envíos de café y banano desde Antioquia y Cauca podrían detenerse, mientras que el comercio fluvial en el río Magdalena se estanca.
Los analistas estiman costos a corto plazo de millones de dólares, lo que agrava la frágil recuperación pospandémica de Colombia. El turismo en zonas fronterizas como el Catatumbo podría sufrir cancelaciones, lo que afectaría a los vendedores locales.
El momento actual amplifica el miedo, con las redes sociales inundadas de preocupaciones de los padres sobre los viajes vacacionales y llamamientos al boicot de las regiones influenciadas por el ELN. El sentimiento público sobre X refleja indignación, tildando al ELN de “terroristas” que castigan a civiles por agravios geopolíticos, lo que erosiona aún más la confianza en las negociaciones con la guerrilla.
Las consecuencias del paro se extienden más allá de la logística, poniendo a prueba el frágil panorama de seguridad de Colombia bajo la política de “Paz Total” del presidente Gustavo Petro, que busca cesar el fuego con los grupos armados.
El ministro de Defensa, Pedro Sánchez, condenó rápidamente al ELN como un grupo “narcoterrorista” financiado por el narcotráfico, activando un despliegue militar y policial completo para asegurar carreteras y ríos.
Esto incluye vigilancia con drones y fuerzas de reacción rápida en departamentos de alto riesgo, lo que podría provocar enfrentamientos que aumenten las bajas.
Los críticos, incluyendo figuras de la oposición como Roy Barreras, denuncian el paro como “estúpido” y contraproducente, argumentando que perjudica a los campesinos colombianos e ignora a los responsables políticos estadounidenses.
El gobierno de Petro, que recientemente mostró su disposición a reanudar las conversaciones con el ELN, ahora enfrenta acusaciones de debilidad, y algunos usuarios de X vinculan el evento con la aparente indulgencia del gobierno.
El anuncio socava la agenda de paz de Petro, apenas días después de que los líderes del ELN expresaran su disposición al diálogo con su gobierno o con el próximo.
Alimenta las narrativas de derecha que afirman que la “Paz Total” empodera a las guerrillas, lo que impulsa los llamados a la intervención estadounidense, alineándose irónicamente con la retórica anti-Trump del ELN.
A nivel internacional, atrae la atención de Estados Unidos, donde el equipo de Trump ha insinuado medidas agresivas contra las drogas y Venezuela, posiblemente presionando a Colombia para que intensifique las operaciones del ELN.
Al invocar el “imperialismo” estadounidense, el ELN se posiciona como defensor de Nicolás Maduro, aliado de Venezuela, profundizando las fricciones fronterizas entre Colombia y Venezuela.
Esto podría perturbar el comercio y la migración transfronterizos, a la vez que invita a represalias del ELN si se intensifican las acciones respaldadas por Estados Unidos.
Este ataque armado subraya la persistente capacidad del ELN para proyectar poder a pesar de su reducido número (se estima que entre 2.000 y 3.000 combatientes), utilizándolo no solo para protestar, sino también para consolidar el control territorial, proteger las rutas del narcotráfico y mostrar su desafío en medio del estancamiento de las conversaciones de paz.
Si bien es poco probable que influya en la política estadounidense —la atención de Trump sigue centrada en el petróleo venezolano, no en la guerrilla colombiana—, expone las paradojas de la estrategia de Petro: las concesiones han frenado parte de la violencia, pero han envalentonado a los grupos a poner a prueba los límites.
En última instancia, el evento corre el riesgo de descarrilar las negociaciones, prolongar el sufrimiento de la población civil e incitar a una escalada externa.
Para una paz sostenible, Colombia debe equilibrar el diálogo con una aplicación rigurosa de la ley, al tiempo que aborda las causas fundamentales, como la desigualdad de recursos, que impulsan estas acciones. Como señaló un analista, estos ataques «nos recuerdan que la ‘liberación’ del ELN a menudo significa el confinamiento de las personas a las que dicen representar»

