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La crisis de suministro eléctrico en la República Dominicana a principios de septiembre de 2025 se deriva de una combinación de aumento de la demanda, desafíos de infraestructura e ineficiencias sistémicas, con impactos y consecuencias significativos para la sociedad y la economía.
Los cortes de electricidad prolongados y frecuentes han afectado a varias regiones, particularmente en Santo Domingo y otras provincias como Santiago.
Por ejemplo, residentes de zonas como Las Caobas, Santo Domingo Oeste, reportaron cortes de hasta seis horas de duración, lo que exacerbó la frustración pública durante los calurosos meses de verano, cuando la demanda de electricidad alcanza su punto máximo debido a las altas temperaturas.
Comunidades como Villa Mella, Sabana Perdida y otras en Santo Domingo Norte han experimentado apagones de hasta 12 horas de duración, a pesar de afirmar que su generación eléctrica ha alcanzado niveles récord.
Protestas, que incluyen quemas de neumáticos y bloqueos de carreteras, han surgido en barrios como Pekín, La Otra Banda y otros de Santiago, lo que refleja el descontento público con la inestabilidad del suministro eléctrico.
Las elevadas facturas de electricidad han agravado la crisis, y los residentes reportan aumentos significativos a pesar de la irregularidad del servicio.
Por ejemplo, un residente de Las Caobas señaló que su factura aumentó de RD$850-900 a RD$3,600, incluso con electrodomésticos básicos (dos ventiladores y un refrigerador), lo que pone de manifiesto las ineficiencias en la facturación y la falta de respuesta a las quejas.
Muchos hogares dependen de la costosa autogeneración (por ejemplo, generadores diésel e inversores), que representa aproximadamente el 38% de la capacidad instalada total del país (2,214 MW de 5,518 MW en 2006, con tendencias similares). Esto incrementa significativamente los gastos de los hogares.
Las empresas, en particular las pequeñas empresas como las costureras de Los Mina, enfrentan dificultades operativas debido a los apagones, lo que obliga a sus propietarios a buscar ubicaciones alternativas con suministro eléctrico estable o a incurrir en pérdidas por retrasos en el trabajo.
El sector industrial, donde el 60% del consumo eléctrico se autogenera, enfrenta altos costos de equipos, mantenimiento y combustible, lo que reduce la competitividad y aumenta los costos de producción.
La crisis debilita el crecimiento económico de la República Dominicana, ya que el Banco Mundial señala al sector eléctrico como un obstáculo para el desarrollo del país.
Los apagones perturban la vida cotidiana, afectando el acceso a servicios esenciales como la salud y la educación. Por ejemplo, los cortes prolongados dificultan el funcionamiento de los centros de salud y la capacidad de los residentes para mantener condiciones de vida cómodas durante el calor extremo.
La crisis ha alimentado el malestar social, con protestas que señalan una insatisfacción generalizada con la prestación de servicios básicos, como la electricidad y el agua.
Las ineficiencias del sector eléctrico resultan en importantes cargas fiscales, con subsidios estatales a las empresas distribuidoras (EDE) que superan los 35 mil millones de pesos para mayo de 2025. Estos subsidios agotan los recursos públicos, desviando fondos de otras áreas críticas como infraestructura o programas sociales.
Las elevadas pérdidas de electricidad (más del 35% en República Dominicana, en comparación con menos del 10% en países como Chile) debido a conexiones ilegales (8% de las conexiones) y a una infraestructura deficiente agravan aún más las pérdidas financieras tanto para el gobierno como para las empresas de servicios públicos.
La dependencia de combustibles fósiles importados (84% de la generación eléctrica) expone la economía a la volatilidad de los precios globales, lo que aumenta los costos y socava la seguridad energética.
Los cortes de suministro persistentes a pesar de las afirmaciones del gobierno sobre avances (por ejemplo, una generación máxima de 3209,81 MW en mayo de 2023) erosionan la confianza en las instituciones públicas. Los residentes expresan escepticismo, y algunos señalan que la situación ha empeorado en la última década a pesar de las importantes inversiones.
La atribución de los apagones por parte del presidente Luis Abinader al aumento de la demanda (de 2730 MW en agosto de 2020 a 4000 MW en agosto de 2025), el mantenimiento de la planta y los problemas relacionados con el sargazo no ha resuelto por completo la frustración pública, ya que los cortes persisten.
La fuerte dependencia de los combustibles fósiles, incluyendo la triplicación de la generación de carbón para 2022 (por ejemplo, la planta de carbón de Punta Catalina), socava los esfuerzos para cumplir con los objetivos de energía renovable (25 % para 2025) y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 27 % para 2030.
La afluencia de sargazo, que obstruye los sistemas de refrigeración de los generadores costeros, pone de relieve la vulnerabilidad a las interrupciones relacionadas con el clima, lo que dificulta aún más la fiabilidad del suministro eléctrico.
Los subsidios, como los de la tarifa BTS-1 para hogares, suelen estar mal focalizados y no apoyan eficazmente a las comunidades más pobres. El Programa de Reducción de Apagones (PRA) tenía como objetivo proporcionar 20 horas diarias de electricidad subsidiada a zonas de bajos ingresos, pero ha sido criticado por sus incentivos insostenibles y la falta de gestión de la demanda.
Las zonas rurales enfrentan mayores disparidades en el acceso a la electricidad en comparación con los centros urbanos, lo que perpetúa la inequidad.
La crisis eléctrica tiene su origen en las ineficiencias de la distribución, no en la capacidad de generación, como señaló el economista Miguel Collado. El control político sobre las empresas de distribución frena la eficiencia y la innovación, lo que requiere reformas estructurales para reducir el dominio estatal y fomentar la participación del sector privado, que ha mostrado menores pérdidas (14,1 % frente al 22,3 % en los sistemas estatales).
Las reformas deben incluir una mejor gobernanza, una aplicación más estricta de las normas contra las conexiones ilegales y sistemas de medición optimizados para abordar la cultura del impago y las elevadas pérdidas.
Modernizar la infraestructura obsoleta y ampliar las redes de transmisión y distribución es esencial para reducir las pérdidas y mejorar la fiabilidad del servicio. La inversión de 42 millones de dólares del Banco Mundial desde 2011 ha mostrado avances en la rehabilitación del tendido eléctrico, pero se necesita más.
Acelerar la transición a energías renovables, como la solar y la eólica, con el apoyo del almacenamiento en baterías (los planes para después de 2025 incluyen baterías de iones de litio para el 50% de la capacidad solar y el 20% de la eólica), puede reducir la dependencia de combustibles fósiles costosos y mejorar la resiliencia de la red eléctrica.
El Parque Solar Girasol, con una inversión de 100 millones de dólares, demuestra el potencial de las energías renovables para reducir las emisiones (150.000 toneladas de CO2 al año) y las importaciones de petróleo (400.000 barriles al año), pero ampliar estos proyectos requiere una inversión sostenida.
Se necesitan estrategias de gestión de la demanda, como tarifas horarias y programas de eficiencia energética, para hacer frente al aumento de la demanda (se proyecta un aumento anual del 6%).
Mitigar las perturbaciones climáticas, como los impactos del sargazo, requiere inversión en infraestructura resiliente y sistemas de refrigeración alternativos para las plantas costeras.
La comunicación transparente sobre los programas de mantenimiento (p. ej., los cortes de suministro planificados en Jacobo Majluta los días 3 y 4 de septiembre de 2025) y las disputas de facturación pueden reconstruir la confianza.
La reforma de los programas de subsidios para que se orienten mejor a los hogares de bajos ingresos y las zonas rurales garantizará un acceso equitativo a una electricidad fiable.
El Pacto Eléctrico, propuesto para abordar los problemas estructurales para 2030, debe priorizar la integración vertical, la expansión de las energías renovables y la reducción de emisiones. Una hoja de ruta clara con hitos para 2025, 2030, 2040 y 2050, como se describe en los estudios de descarbonización, es crucial para el progreso sostenible.
El gobierno debe equilibrar las soluciones a corto plazo (p. ej., la restauración de la capacidad después del mantenimiento) con estrategias a largo plazo, como el cierre gradual de las centrales de carbón para 2040 y la inversión de 16 000 millones de dólares en descarbonización y movilidad eléctrica.

