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Celular de Bukele está abarrotado de la palabra dictador, pero proclama que “eso lo tiene sin cuidado”

La aprobación de las enmiendas constitucionales en El Salvador el 31 de julio de 2025, que permiten la reelección presidencial indefinida y extienden los mandatos presidenciales de cinco a seis años, tiene profundas implicaciones para el panorama político, social y democrático del país.

Las enmiendas, aprobadas con 57 votos a favor y 3 en contra por la Asamblea Legislativa, dominada por Bukele, eliminan uno de los últimos controles constitucionales al poder presidencial, permitiendo a Bukele postularse a la reelección indefinidamente.

Esto sigue a una sentencia de la Corte Suprema de 2021, repleta de partidarios de Bukele, que permitió su reelección en 2024 a pesar de las prohibiciones constitucionales.

La reforma armoniza las elecciones presidenciales, legislativas y municipales de 2027, acortando el mandato actual de Bukele hasta el 1 de junio de 2027 y permitiéndole postularse a un mandato de seis años antes. Esta medida refuerza su dominio político, ya que su partido Nuevas Ideas controla 54 de los 60 escaños del Congreso.

El proceso de aprobación acelerado, llevado a cabo sin debate público ni consulta, ha alertado sobre un retroceso democrático. La diputada opositora Marcela Villatoro declaró: “La democracia en El Salvador ha muerto”, comparando la medida con los giros autoritarios en Venezuela y Nicaragua.

Los críticos argumentan que las reformas consolidan el régimen unipartidista, y que el control de Bukele sobre el poder legislativo, el judicial y las instituciones electorales sofoca el sistema de pesos y contrapesos. La eliminación de la segunda vuelta electoral reduce aún más la competencia electoral, lo que podría asegurar las victorias de Bukele con una simple mayoría relativa.

La popularidad de Bukele, con índices de aprobación que superan el 80-90%, se debe a sus enérgicas políticas antipandillas, que han reducido la tasa de homicidios de El Salvador de 38 por 100,000 habitantes en 2019 a 1.9 por 100,000 en 2024, convirtiéndolo en uno de los países más seguros de América.

Para muchos salvadoreños, la reducción de la violencia compensa las preocupaciones sobre el autoritarismo. Sus partidarios consideran que las reformas se alinean con la “voluntad popular”, como lo expresan aliados de Bukele como Suecy Callejas, quienes argumentan que el poder ahora reside en el electorado.

La alineación de Bukele con el presidente estadounidense Donald Trump, incluyendo su papel en la aceptación de deportados y la negociación de la repatriación del líder de la pandilla MS-13, ha fortalecido su posición internacional ante ciertos actores globales. Sin embargo, sus tácticas han generado críticas de grupos de derechos humanos y han provocado el exilio de organizaciones como Cristosal, alegando una “ola de represión”.

Retroceso democrático y riesgos autoritarios: La eliminación de los límites de mandato coloca a El Salvador junto a Nicaragua y Venezuela, donde los líderes han utilizado mecanismos similares para perpetuarse en el poder. Esto corre el riesgo de consolidar un sistema autocrático, ya que el control de Bukele sobre las instituciones deja poco espacio para la oposición o la disidencia.

La represión contra la sociedad civil, periodistas y críticos —evidenciada por las detenciones de abogados con amplia experiencia y el éxodo de exiliados políticos— indica una reducción del espacio para la libre expresión y la participación política. Esto podría conducir a un aumento de la corrupción, el nepotismo y el clientelismo, como advierten figuras de la oposición como Villatoro.

Si bien Bukele goza de un amplio apoyo por sus logros en materia de seguridad, las reformas han profundizado las divisiones. Sus partidarios las consideran necesarias para la estabilidad, mientras que sus críticos, incluidos grupos de derechos humanos, denuncian la pérdida de los principios democráticos. Esta polarización podría intensificarse si los desafíos económicos, como la elevada deuda pública (84% del PIB) y la inflación de los alimentos, erosionan la popularidad de Bukele.

El encarcelamiento masivo de más de 85.000 personas bajo el estado de emergencia, si bien fue eficaz para reducir la violencia de las pandillas, ha provocado abusos documentados contra los derechos humanos, incluyendo detenciones arbitrarias y tortura, lo que podría alienar a segmentos de la población con el tiempo.

El modelo de “autoritarismo populista” de Bukele está ganando terreno en América Latina, con líderes de Honduras, Ecuador y Guatemala emulando sus tácticas de seguridad y explorando reformas constitucionales. Esto podría impulsar iniciativas similares en otros lugares, transformando las normas democráticas regionales.

Su imagen internacional como líder transformador, sumada a la renovación de la imagen de El Salvador como centro turístico y de criptomonedas (por ejemplo, Bitcoin Beach), podría atraer inversión, pero también el escrutinio de los organismos internacionales de control democrático.
Si bien las mejoras en seguridad han impulsado el turismo y la confianza de los inversores, la economía de El Salvador sigue siendo la de menor crecimiento de Centroamérica bajo el gobierno de Bukele, y la deuda pública y la inflación plantean riesgos. El fracaso del experimento Bitcoin agrava las vulnerabilidades económicas, lo que podría socavar el apoyo público si las mejoras en seguridad no se acompañan de progreso económico.

Las reformas consolidan el control de Bukele sobre el poder, utilizando su popularidad para justificar un gobierno indefinido. Para muchos salvadoreños, los beneficios inmediatos de la seguridad superan la preocupación por la erosión democrática. Sin embargo, la falta de controles institucionales corre el riesgo de crear un sistema donde el poder se concentra en un solo individuo, lo que podría conducir a fallas de gobernanza si las políticas de Bukele fallan.

La aprobación de la reelección indefinida refleja una tendencia más amplia en América Latina donde los líderes populistas priorizan los resultados sobre las normas democráticas. El argumento de Bukele de que los países desarrollados permiten la reelección indefinida (por ejemplo, los sistemas parlamentarios) elude los riesgos únicos de un poder presidencial sin control en un contexto de instituciones débiles.

El éxito de Bukele podría inspirar a otros líderes a adoptar tácticas autoritarias similares, especialmente en regiones con alta incidencia criminal. Sin embargo, las críticas internacionales y el exilio de grupos de derechos humanos resaltan la tensión entre su popularidad nacional y los estándares democráticos globales.

Si bien las reformas de Bukele son presentadas como democráticas por sus partidarios, la falta de debate y de participación de la oposición cuestiona su legitimidad. Si los desafíos económicos aumentan o la opinión pública cambia, la ausencia de canales democráticos podría provocar disturbios o mayor represión. Los próximos años, en particular las elecciones de 2027, serán cruciales para determinar si el modelo de Bukele se convierte en una piedra angular o en una advertencia.

En resumen, la aprobación de la reelección indefinida en El Salvador fortalece la autoridad de Bukele y refleja su abrumador apoyo público, impulsado por las mejoras en seguridad. Sin embargo, corre el riesgo de consolidar el autoritarismo, sofocar la disidencia y sentar un precedente para el retroceso democrático regional, con consecuencias a largo plazo que dependerán del desempeño económico y la tolerancia pública ante la reducción de las libertades

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