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Las presidencias de Leonel Fernández (1996-2000, 2004-2012) y Danilo Medina (2012-2020), ambos del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), moldearon significativamente la economía, el desarrollo democrático y la estabilidad de la República Dominicana.
Las administraciones de Fernández supervisaron un sólido crecimiento económico, con una tasa promedio de crecimiento del PIB del 7% durante su segundo y tercer mandato (2004-2012), entre las más altas de América Latina en ese momento, comparable a Corea del Sur y China.
La inflación se estabilizó en un solo dígito bajo, y el peso dominicano se fortaleció significativamente después de la crisis económica de 2003-2004 causada por el escándalo del Banco Intercontinental (Baninter).
Para 2005, las políticas de Fernández restauraron la confianza, con el peso apreciado un 30% frente al dólar estadounidense y la inflación disminuyendo drásticamente.
Fernández priorizó el desarrollo tecnológico y de infraestructura, lanzando megaproyectos como carreteras, túneles y la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA) en Santo Domingo y Santiago.
Su visión de convertir a la República Dominicana en el “Singapur del Caribe” incluía el desarrollo de puertos modernos y la oferta de incentivos para la inversión extranjera directa (IED), posicionando al país como un destino preferente para la IED en el Caribe.
Las políticas de Fernández diversificaron la economía, priorizando el turismo, las finanzas, el comercio y las zonas económicas especiales (por ejemplo, textiles, electrónica y equipos médicos).
Para 2012, el PIB había crecido de 20 000 millones de dólares en 1996 a 80 000 millones de dólares, cuadruplicándose en tres décadas.
La República Dominicana firmó el tratado de libre comercio CAFTA-DR en 2004, lo que impulsó el comercio con Estados Unidos y los países centroamericanos.
Durante su mandato 2012-2020, Danilo Medina mantuvo un impulso económico sostenido, con un crecimiento del PIB promedio del 6,6 % en 2016, el más alto de América Latina y el Caribe.
El crecimiento fue impulsado por la demanda interna, la solidez del crédito, las entradas de IED y la inversión pública y privada en vivienda y energía (por ejemplo, centrales de carbón).
Sin embargo, el crecimiento se desaceleró al 5,1 % en 2019, y la pandemia de COVID-19 de 2020 afectó gravemente a la economía, impulsada por el turismo.
Medina priorizó los programas sociales sobre el enfoque de Fernández en obras públicas, renegociando contratos con empresas mineras como Barrick Gold para asegurar mejores condiciones para el país.
Aumentó el gasto en educación al 4 % del PIB, como lo estipula la Constitución, y se propuso reducir la pobreza y el analfabetismo.
La aprobación de Medina alcanzó un máximo cercano al 90% en 2014 debido a su compromiso social y la desorganización de la oposición.
La debilidad del sector eléctrico y la falta de un respaldo fiscal a mediano plazo siguieron siendo desafíos. La pandemia de 2020 agravó la desaceleración económica, con cierres de negocios y restricciones de movimiento que afectaron gravemente al turismo.
El hijo de Fernández, el congresista Omar Fernández, señaló en 2022 que la democracia de la República Dominicana había evolucionado a lo largo de 42 años hacia un entorno político estable. Leonel Fernández apoyó proyectos de ley para regular las transiciones de gobierno, garantizando la transparencia y reduciendo los riesgos de corrupción durante los traspasos de poder.
La iniciativa de Leonel Fernández de introducir cambios constitucionales para permitir la reelección (que tuvo éxito en 2007, lo que le permitió alcanzar su mandato en 2008) generó debate sobre las normas democráticas.
Los críticos argumentaron que estas maniobras reflejaban impulsos antidemocráticos, aunque las transiciones se mantuvieron ordenadas. Su decisión en 2011 de renunciar a la reelección en 2012 contribuyó a preservar la estabilidad democrática.
Las elecciones de Medina en 2012 y 2016 se consideraron libres y justas, lo que reforzó la estabilidad democrática. Sin embargo, su intento de 2019 de reformar la Constitución para un tercer mandato provocó protestas y temores de un retroceso democrático, con la oposición liderada por Fernández.
La decisión final de Medina de no presentarse en 2020, tras la presión pública e internacional (incluso de Estados Unidos), preservó las normas democráticas.
El control del PLD sobre el poder (por ejemplo, el 60% de los escaños en la Cámara de Representantes y 22 de los 32 del Senado en 2006) reflejó una sólida organización, pero también planteó inquietudes sobre el pluralismo político.
Las primarias del PLD de 2019, marcadas por acusaciones de fraude contra Fernández, provocaron su salida y la creación de la Fuerza del Pueblo.
La administración de Medina enfrentó críticas por el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros de 2013, tras una reforma constitucional de 2010 que despojó de la ciudadanía a los dominicanos de ascendencia haitiana nacidos entre 1929 y 2010. Esta política, considerada discriminatoria por grupos de derechos humanos, tensó la legitimidad democrática y las relaciones regionales.
Las elecciones de Fernández en 1996, 2004 y 2008 transcurrieron sin contratiempos, con victorias ajustadas pero indiscutibles, lo que indica una creciente estabilidad política tras el mandato de Balaguer.
Su compromiso internacional, incluyendo la mediación en disputas regionales (por ejemplo, la cumbre del Grupo de Río de 2008), le valió el Premio Mundial de Cultura de Paz y consolidó la posición global de la República Dominicana.
Fernández destacó la migración ilegal haitiana como un desafío que agota los recursos y alimenta las tensiones nacionalistas. Las iniciativas de reforestación y cambio climático de su administración buscaban la estabilidad ambiental a largo plazo.
Tanto Fernández como Medina impulsaron un crecimiento económico significativo, convirtiendo a la República Dominicana en la principal economía del Caribe gracias al impulso de la inversión extranjera directa (IED), el turismo y los acuerdos comerciales.
El enfoque de Fernández en infraestructura y los programas sociales de Medina diversificaron y fortalecieron la economía, pero problemas persistentes como la escasez de electricidad, las brechas educativas limitaron el crecimiento inclusivo. La pandemia de 2020 expuso las vulnerabilidades de una economía dependiente del turismo.
Ambos líderes impulsaron las instituciones democráticas mediante elecciones libres y reformas, pero sus mandatos se vieron empañados por controversias en la reelección, clientelismo y políticas antihaitianas que generaron preocupaciones sobre los derechos humanos.
El dominio del PLD, si bien estabilizador, sofocó a la oposición hasta 2020. Fernández y Medina mantuvieron la estabilidad política mediante transiciones ordenadas y crecimiento económico. La diplomacia internacional de Fernández y los programas sociales de Medina mitigaron algunas tensiones, pero problemas como la migración haitiana y el crimen organizado siguen siendo desafíos persistentes.
El prolongado dominio del PLD, si bien estabilizó el país, retrasó el surgimiento de una democracia más pluralista, que apenas comenzó a cambiar en 2020. Sus éxitos económicos fueron reales.

