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Honduras celebró elecciones generales el 30 de noviembre de 2025 para elegir un nuevo presidente, los 128 miembros del Congreso Nacional, 20 representantes del Parlamento Centroamericano y numerosos alcaldes y funcionarios locales.


La presidenta en ejercicio, Xiomara Castro (Partido Libertad y Refundación o LIBRE), tenía prohibido por la Constitución buscar la reelección, lo que dejó la contienda en una triple contienda entre el candidato de su partido, Rixi Moncada (izquierdista), Nasry “Tito” Asfura (Partido Nacional, conservador) y Salvador Nasralla (Partido Liberal, centrista-conservador).
La participación electoral fue de aproximadamente el 52%, con la votación extendida en algunas zonas debido a retrasos logísticos.

Al 2 de diciembre de 2025, los resultados finales seguían pendientes debido a un “empate técnico” entre Asfura y Nasralla, con un 39-40% cada uno, basado en el 57% de los votos escrutados.
Moncada se encuentra significativamente por detrás, con un 19-20%. El proceso se ha visto afectado por fallos técnicos (por ejemplo, la caída del sitio web electoral debido al alto tráfico), acusaciones mutuas de fraude y presiones externas, como el respaldo del presidente estadounidense Donald Trump a Asfura y las amenazas de retirarle la ayuda si pierde.
Observadores internacionales de la Organización de los Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE) y otros organismos están siguiendo de cerca el proceso, y se ha programado una conferencia de prensa de la UE para el 2 de diciembre para evaluarlo.
Las consecuencias de las elecciones podrían repercutir en la economía hondureña (tasa de pobreza del 63%, crecimiento estancado) y la sociedad durante años, dependiendo del resultado.
Las consecuencias a corto plazo incluyen una incertidumbre prolongada, mientras que las a largo plazo dependen de las reformas de gobernanza.

Inestabilidad Social: Un resultado ajustado podría provocar protestas o violencia, similar a los enfrentamientos postelectorales de 2017 que causaron decenas de muertos.

El Consejo Nacional Electoral (CNE) ha instado a la calma, pero los partidos de oposición han presentado quejas, lo que podría retrasar la certificación durante días o semanas.

PLos mercados están revalorizando el riesgo, con una posible ampliación de 25 a 50 puntos básicos en los diferenciales de alto rendimiento.

La paridad del lempira con el dólar estadounidense se ve sometida a tensiones, y las remesas (más de 10 mil millones de dólares en 2025) podrían disminuir si se recorta la ayuda estadounidense (clave para la lucha contra las pandillas).
Un empate podría obligar al Congreso (potencialmente dominado por LIBRE) a intervenir, socavando la legitimidad del CNE y alimentando las narrativas de “golpe electoral” desde todos los frentes.
Cambios de política: Una victoria de Asfura o Nasralla podría priorizar las iniciativas anticorrupción, las reformas empresariales y la alineación con EE. UU., impulsando la inversión extranjera, pero con el riesgo de ser absorbido por las élites.
La victoria de Moncada probablemente extendería la agenda socialista de Castro —centrada en la nacionalización de recursos y los programas contra la pobreza—, pero provocaría sanciones estadounidenses y la fuga de inversores.
La inestabilidad podría impulsar una mayor migración hacia el norte (Honduras ya registra un alto nivel de desplazamientos debido a las pandillas y las inundaciones). Un gobierno conservador podría mejorar la cooperación estadounidense en materia de deportaciones y seguridad fronteriza.
Las disputas recurrentes podrían debilitar las instituciones, como en Nicaragua o Venezuela. Grupos de derechos humanos advierten del efecto disuasorio de un estado de emergencia parcial en la votación
Estas elecciones ponen de relieve la vulnerabilidad de Honduras a las divisiones internas y la intromisión externa, poniendo a prueba la resiliencia de su joven democracia tras la transición de 2021.
Si bien los cálculos preliminares favorecen un giro conservador —que podría estabilizar las relaciones con Estados Unidos y frenar la expansión de la izquierda en la región—, el estrecho margen exige una atenta supervisión internacional para evitar una crisis de legitimidad.
En última instancia, el ganador debe priorizar la transparencia y las reformas inclusivas para abordar la pobreza, la corrupción y la violencia; un fracaso podría profundizar el ciclo de inestabilidad que ha definido la política hondureña durante décadas. Como señaló un analista: «Esta es una elección entre golpes oligárquicos y socialismo democrático», pero la verdadera prueba reside en la unidad postelectoral.
Los actores regionales, incluido Estados Unidos, deberían apoyar la desescalada para salvaguardar el frágil progreso de Centroamérica.

