La mejor manera de describir la prosa de László Krasznahorkai es compararla con un ciervo de la época paleontológica. Este ciervo, mediante una mutación, desarrolló unas astas majestuosas. El problema era que las astas eran demasiado pesadas, por lo que caminaba con la cabeza gacha, ciego a su entorno. Lo mismo ocurre con la autoconciencia humana en los relatos de Krasznahorkai. Es asombrosa en su esplendor, pero demasiado pesada para cargarla.
Ahora, esta sombría figura ha sido galardonada con el Premio Nobel, y su capacidad para retratar el “horror de la fatalidad” está escrita en la propia cita.
Krasznahorkai nació en 1954 en el sureste de Hungría, en la ciudad de Gyula, fronteriza con Rumanía. Una zona rural a cuyo atraso Krasznahorkai ha regresado en novela tras novela. Su ópera prima, “Satantango”, se publicó en 1985 y retrata una granja colectiva abandonada justo antes de la caída del comunismo. Hay silencio, pobreza, y los personajes esperan la llegada de un salvador. El Satán de la historia, Irimiás, es un hombre que retuerce la cabeza de la gente, lo cual tiene consecuencias violentas.
frases que se balancean como largos trenes de mercancías sobre rieles desgastados
Casi todos los tropos de las novelas de Krasznahorkai se establecieron en su debut. Siempre llueve fuerte, un poco de lado. El paisaje es postapocalíptico, y en graneros ruinosos y granjas destartaladas, restos humanos caminan esperando la salvación, en la que realmente no creen. Típicas de Krasznahorkai son también las frases exigentes, que a menudo ocupan páginas enteras, donde se entrelazan varios hilos y voces.
Incluso en su segunda novela, “La melancolía de la resistencia” (1989), mi favorita, se repite un paisaje aislado y sombrío donde la deprimida población se ve repentinamente asaltada por la locura. En un pequeño pueblo del este de Hungría, una torre de agua comienza a tambalearse repentinamente, las campanas de la iglesia dejan de sonar y el tráfico se detiene. Además, llega un circo vagamente amenazador, exhibiendo el cadáver de una ballena azul. La señora Ester empieza a soñar con descuartizar el cuerpo de su marido, un genio musical fantasea con escapar a una armonía musical y, de fondo, una vieja locomotora de vapor duerme en un callejón sin salida mientras la lluvia inconsolable azota a los habitantes.
Así continúa la prosa en las novelas de Krasznahorkai: sucesos dispares se conectan en frases que se balancean como largos trenes de mercancías sobre vías desgastadas. Con frecuencia, la situación degenera en una violencia ciega e insensata. La crítica estadounidense Susan Sontag ha calificado a Krasznahorkai como el «maestro del apocalipsis» de la literatura contemporánea.
Desde la década de 1980, se ha debatido si Krasznahorkai retrata la opresión comunista en Hungría. Y en cierto modo lo hace, pero más que un escritor político, probablemente debería considerarse un pesimista, en la línea de Thomas Bernhard . El propio Krasznahorkai ha descrito su obra como un libro que gira en torno a un “tiempo atemporal”. Esto puede parecer una afirmación metafísica, pero en realidad es estrictamente materialista.
