ES UNA PARÁBOLA que encapsula una pregunta central en la obra de Krasznahorkai: ¿cómo nos afecta la cultura que nosotros mismos hemos creado? Cultura entendida aquí en un sentido amplio e interpersonal, como la relación relacional que llamamos sociedad. Una vez que nos hemos embarcado en el camino hacia lo artificial, lo domesticado, lo construido, ¿es posible regresar a un estado natural? Para el guardabosques Herman, en el cuento homónimo del libro El último lobo , su caza protectora de depredadores se transforma en solidaridad con las víctimas, en discernir una ley superior más allá de la autoviolencia de la ley humana. Se retira al bosque, con el que gradualmente se fusiona, y en lugar de animales, comienza a cazar personas con sus ingeniosas trampas.
HAY HISTORIAS sobre el poder y la impotencia, sobre el individuo y el colectivo, y no menos sobre las estructuras que nos rodean, las cuales parecen conducirnos constantemente a sistemas donde algunos son inevitablemente oprimidos y otros prosperan. Historias sobre falsos profetas y oportunistas sin escrúpulos, sobre fanáticos e insensatos, sobre líderes que cambian de lugar, sobre súbditos que se rebelan, sobre quienes ven a través de las leyes humanas y quienes buscan explotarlas. Y sobre la persona común que se ve atrapada entre estas fuerzas, pero que parece incapaz de hacer el bien o el mal.
Este es el tipo de historia que nos ofrece Krasznahorkai. En su novela debut, Satantango, de 1985, seguimos a los habitantes de una colectividad agrícola en ruinas, donde el interés propio, en ausencia de autoridad externa, ha sustituido al bien común. Un falso predicador y un traidor los cegan, que atraen a la multitud harapienta hacia un viaje hacia la destrucción. En La Melancolía de la Resistencia , el pequeño pueblo rural se hunde en la basura y, en un cataclismo apocalíptico, la sociedad se reestructura para que pueda surgir un nuevo orden bajo la mano de hierro de la nueva líder, la Sra. Eszter.
¿HAY ESPERANZA EN ESTA TORMENTA? Quizás, quizás no. El campo de juego está preparado, las piezas giran unas sobre otras. Y depende de nosotros, los espectadores, decidir si lo que se desarrolla ante nosotros es para bien o para mal, y si el juego tiene un fin. O si el mundo, como el lenguaje, se mueve en círculos en lugar de seguir un eje que podría llevarnos más lejos, hacia adelante, hacia arriba. No se puede guiar a la gente hacia el bien , escribe Wittgenstein; solo se puede guiarla hacia algún lugar . Y quizás el mundo carnavalesco, desenfrenado y vertiginoso que Krasznahorkai presenta ante nosotros sea precisamente ese lugar.
