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En 2025, año que se perfila como el más caluroso jamás registrado, el cambio climático ha intensificado las inundaciones globales debido a atmósferas más cálidas que retienen mayor humedad, lo que provoca lluvias más intensas e erráticas, un rápido deshielo glacial y temporadas de monzones más prolongadas.
Estos factores han exacerbado las inundaciones en todo el mundo, siendo el sur de Asia el más afectado, desplazando a más de 10 millones de personas, mientras que América del Norte, Europa y otras regiones se enfrentaron a inundaciones repentinas y desbordes glaciares sin precedentes.
Según el Informe de Evaluación Global (GAR) 2025 de la UNDRR, las pérdidas anuales por inundaciones globales promediaron los 388 000 millones de dólares, impulsadas por un aumento del 134 % en los desastres por inundaciones desde el año 2000, con proyecciones que indican un aumento del 5 % al 13 % para 2050 en diversos escenarios de emisiones.
El Índice de Riesgo Climático (IRC) 2025 de Germanwatch destaca que las inundaciones son la principal causa de las poblaciones afectadas (más del 50 % de los impactos meteorológicos entre 1993 y 2022), con pérdidas económicas totales de 1,33 billones de dólares estadounidenses solo por inundaciones
Las inundaciones de 2025 causaron daños multifacéticos, amplificados por el papel del cambio climático en la frecuencia y gravedad de los eventos:
Más de 2500 muertes confirmadas a nivel mundial (probablemente subcontabilizadas), de las cuales entre el 25 % y el 30 % correspondieron a niños en el sur de Asia.
Las lesiones superaron las 2000 y las crisis de salud mental se dispararon, por ejemplo, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y el trauma en los sobrevivientes de Pakistán, que afectaron a las comunidades a largo plazo.
El desplazamiento afectó a entre 10 y 15 millones de personas, lo que provocó hacinamiento en los refugios y una mayor vulnerabilidad a enfermedades transmitidas por el agua, como el cólera.
Las pérdidas directas superaron los 100 000 millones de dólares solo en las regiones afectadas, incluyendo 30 000 millones de dólares en Pakistán (cultivos y carreteras) y 43 000 millones de euros en Europa (infraestructura y seguros).
La agricultura fue la más afectada, Los arrozales de Pakistán se redujeron entre un 20 000 y un 30 % en septiembre, lo que puso en peligro la seguridad alimentaria de millones de personas.
Las pérdidas globales por inundaciones alcanzó los 388 mil millones de dólares.
Ecosistemas degradados por la erosión del suelo y la pérdida de hábitat en el Himalaya; la biodiversidad afectada por las inundaciones en Australia (p. ej., muertes masivas de peces por falta de oxígeno).
En el ámbito social, la educación se vio afectada (p. ej., escuelas destruidas en India y Pakistán), lo que agravó la desigualdad: las mujeres y los grupos de bajos ingresos enfrentaron riesgos desproporcionados. En zonas urbanas como Delhi y Karachi, el drenaje deficiente agravó el caos.
Las repercusiones se extienden más allá de la devastación inmediata, creando desafíos en cascada:
Las crisis humanitarias alcanzaron su punto máximo en el tercer trimestre de 2025, con necesidades urgentes de alimentos, agua potable y ayuda médica que sobrecargaron los recursos (por ejemplo, UNICEF llegó a 500.000 personas en Pakistán).
Los brotes de enfermedades aumentaron entre un 20 % y un 50 % en zonas inundables, y las cadenas de suministro colapsaron, disparando los precios de los alimentos entre un 15 % y un 25 % en el sur de Asia.
Los reveses económicos podrían reducir entre un 1 % y un 2 % el PIB en países vulnerables como Pakistán e India, lo que obstaculizaría el progreso de los ODS (por ejemplo, entre un 50 % y un 85 % de los logros en riesgo, según la UNDRR).
La migración se disparó, con los “refugiados climáticos” presionando las fronteras; la carga de salud mental podría persistir durante décadas, aumentando las tasas de suicidio entre un 10 % y un 20 % en las zonas afectadas.
A nivel mundial, se estima que las pérdidas no abordadas ascenderán a entre 407 y 439 mil millones de dólares anuales para 2050, lo que ampliará las desigualdades Norte-Sur, ya que las naciones en desarrollo soportan el 80% de los impactos a pesar de sus bajas emisiones.
Las inundaciones de 2025 sirven como una dura advertencia: el cambio climático no es una amenaza futura, sino una crisis presente, que convierte las lluvias estacionales en eventos erráticos y mortales y la estabilidad de los glaciares en riesgos de desbordamiento.
La adaptación ha demostrado ser prometedora (los datos europeos de 70 años revelan una reducción del 8 % en las pérdidas mediante una mejor planificación), pero es insuficiente ante la creciente intensidad.
Las naciones ricas deben financiar la resiliencia en el Sur Global (por ejemplo, un compromiso anual de financiación climática de 100 000 millones de dólares estadounidenses), como lo destaca la “crisis de justicia” de Pakistán, Los países con bajas emisiones son los más afectados.
Invertir en alertas tempranas (por ejemplo, la ONU pide un monitoreo más rápido de los glaciares) y en “conocimiento geomorfológico” para reducir los riesgos de la construcción en el Himalaya.
El análisis de la India muestra que la resiliencia cuesta menos que la acción tardía (por ejemplo, 1 dólar invertido en adaptación ahorra 7 dólares en recuperación).
La Acción global debe consisitr en reducir drásticamente las emisiones para limitar el calentamiento por debajo de 1,5 °C; integrar la capacitación en primeros auxilios para emergencias climáticas, como se destacó en el Día Mundial de los Primeros Auxilios de 2025.
Las iniciativas comunitarias, como la reconstrucción tras las inundaciones en Pakistán, demuestran que la adaptación local funciona, pero requieren un apoyo a gran escala.
Sin una descarbonización y adaptación ambiciosas, el balance de 2025 —miles de muertos, miles de millones de personas perdidas— presagia algo peor, pero las medidas proactivas pueden proteger futuros vulnerables.
