Por thespectator
Los agricultores europeos han convocado una jornada de protesta en Bruselas el miércoles, cuarenta y ocho horas antes de la fecha prevista para que la Unión Europea firme el acuerdo comercial con el Mercosur. El acuerdo, cuya negociación ha llevado dos décadas, dará a Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay acceso a los mercados de la UE. Será bueno para la industria automovilística alemana y desastroso para los agricultores europeos, en particular para los más pequeños.
La presidenta de un sindicato de agricultores de Francia, Véronique Le Floc’h, ha dicho que el acuerdo probablemente conducirá a la “muerte” de la agricultura francesa. En una entrevista el fin de semana, Annie Genevard, la ministra de Agricultura, dijo: “Es un mal acuerdo, que traerá una avalancha de productos a nuestro país en competencia directa con nuestros productores: 99.000 toneladas de carne de vacuno, 180.000 toneladas de azúcar y la misma cantidad de aves de corral”.
El gobierno francés ha expresado su oposición al acuerdo desde que los agricultores del país llegaron a París con sus tractores a principios de año. Esa manifestación, que se repitió en otros países europeos, fue la culminación de la creciente desesperación por la marginación de su industria. El temor en París es que si se firma el acuerdo con el Mercosur, los agricultores del país sitien la capital. Esos temores están justificados. Me reuní con mi vecino el lunes, un agricultor de Borgoña, y su enojo era palpable. “Enloquecedor”, fue como describió la situación. El lunes, dos sindicatos anunciaron que los bloqueos en algunas autopistas comenzarán el viernes.
Lo que más enfurece a los agricultores europeos es la injusticia del acuerdo. Están sujetos a estrictas regulaciones sobre fertilizantes químicos (como la atrazina, un herbicida prohibido en Europa) y la trazabilidad de la carne, pero estas restricciones no se aplicarán a la carne y los cereales importados de Sudamérica. Lo mismo ocurre con el acuerdo comercial CETA entre Canadá y la UE.
La protesta agrícola del miércoles en Bruselas está organizada por la Coordinadora Europea Vía Campesina (ECVC), que se describe a sí misma como una “confederación de sindicatos y organizaciones de campesinos, pequeños y medianos agricultores”.
Están furiosos con el acuerdo con el Mercosur, como también con la propuesta de la UE de compensar –o “sobornar”, en palabras de ECVC– a los agricultores a cambio de aceptar el acuerdo. Exigen el fin de “los acuerdos de libre comercio y la competencia desleal, con un cese definitivo de las negociaciones UE-Mercosur”.
Éste es también el ultimátum lanzado por la FNSEA, el mayor sindicato de agricultores franceses. “Los tractores están calientes y, en cuanto terminemos de sembrar, volveremos a salir a la calle”, declaró recientemente su vicepresidente, Luc Smessaert.
Hace quince días, Sophie Primas, ministra de Comercio de Francia, advirtió a la UE que firmar el acuerdo con el Mercosur esta semana en la cumbre del G20 en Río sería un grave error. “Corremos el riesgo de alimentar un sentimiento antieuropeo no sólo en Francia, sino en todo el mundo”, dijo.
Tiene razón y sus palabras tienen más resonancia que nunca tras la aplastante victoria de Donald Trump la semana pasada. Pocos políticos franceses han celebrado tanto la victoria de Trump como Éric Zemmour, quien en una entrevista televisiva el domingo la describió como “la derrota del progresismo y de todas las revoluciones de la izquierda”. Esas revoluciones, continuó Zemmour, incluyen la inmigración masiva, la descolonización y la globalización.
Al rechazar a Kamala Harris, el electorado estadounidense rechazó el dogma progresista que se ha apoderado de la sociedad occidental de élite en este siglo. Los votantes europeos llevan años expresando su descontento con la élite en países como Italia, Holanda, Hungría, Portugal, Francia, España y Gran Bretaña.
Tienen poco que mostrar de su sedición porque el poder en Europa ya no reside en Roma, París o Madrid, sino en Bruselas.
En muchos sentidos, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y la política más poderosa de Europa, es la respuesta del bloque a Kamala Harris.
Von der Leyen se presenta como una política de centroderecha, pero al igual que Harris, defiende todos los principios del progresismo, como la libre circulación, los derechos LGBTQ y el cero emisiones netas. A principios de este año, instó a las naciones de la UE a nominar mujeres para la próxima Comisión Europea, independientemente de si eran las más calificadas para los puestos.
El otro punto en común entre Harris y von der Leyen es que han “fracasado hacia arriba”. La estadounidense fue elegida por Joe Biden como su compañera de fórmula en 2020 a pesar de que su propia campaña para ser la candidata demócrata fue, en palabras de Newsweek, un “fracaso miserable”. Fue una mala vicepresidenta, pero aun así los demócratas la eligieron como candidata presidencial de este año.
Von der Leyen fue nombrada presidenta de la comisión en 2019 después de seis años poco impresionantes como ministra de Defensa de Alemania: “Ineptitud aristocrática” es una descripción de su estilo de liderazgo.
Durante ese tiempo, se peleó con Trump e hizo poco por mejorar la eficiencia o el presupuesto del ejército alemán. Fue bajo su mando que los soldados alemanes se vieron obligados a reemplazar las ametralladoras pesadas por escobas durante un ejercicio de la OTAN en 2014.
No se sabe exactamente cómo fue designada Von der Leyen para el máximo cargo de la UE, y tampoco se sabe cómo fue reelegida como presidenta de la Comisión este año. El bloque de la UE nunca ha estado tan desmoralizado, tan asolado por problemas económicos, sociales y de seguridad, pero nadie en Bruselas parece tener la culpa.
Pero si el acuerdo con el Mercosur se firma esta semana en Río, los agricultores europeos sabrán exactamente a quién culpar, y serán sus tractores los que hablen por sí solos.
Este artículo se publicó originalmente en el sitio web de The Spectator del Reino Unido.
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