Por Charlie Thaddeus, poundingtherock.
Regla n.° 1 en la NBA: No dejes que Brandin Podziemski se encienda
Empecemos por el final, cuando las cosas volvieron a su sitio.
148–106.
El mayor déficit de la temporada.
Probablemente no fue el punto más bajo de la temporada, ni la peor derrota, pero sin duda fue la mayor, y eso es algo. Algo malo.
O, quiero decir, ¿fue malo? ¿Acaso seguimos contando lo bueno y lo malo? Cada resultado, victoria o derrota, simplemente flota en el vacío sin rumbo de una recta final anodina. Tonto. Frívolo. Inescrutable.
Este cuarto estuvo lleno de cosas que me gustan. Mucha acción de Mamu. Básicamente, sentenció el partido. Lo vi levantar los brazos desafiante ante Trayce Jackson-Davis, que intentaba clavar. ¡Mamu la mandó fuera y todos nos alegramos! Jackson-Davis cogió el rebote y la metió con suavidad en la canasta para poner a los Warriors arriba 124-87.
Recuerdo vagamente, al principio del partido, que la cámara enfocó a Tim Duncan, sentado tranquilamente entre la multitud. Llevaba el pelo suelto. Llevaba una camiseta de camuflaje. Parecía alguien que acababa de despertar de un sueño profundo que duró una década. Lo envidiaba.
La última vez que jugó para los Spurs fue el 12 de mayo de 2016.
¿Pasó algo interesante en el tercer cuarto? Los Spurs casi se pusieron por debajo de 20 en varias ocasiones. Keldon Johnson anotó un buen triple en transición. Vassell metió un par de canastas. Castle anotó un triple. No sé.
En general, el tercer cuarto fue el punto donde el tiempo empezó a perder sentido. Los números del marcador se ralentizaron, se distorsionaron y empezaron a girar sobre sí mismos. Los símbolos reemplazaron a los dígitos. El tiempo dejó de ser cronológico, solo ambiental. Devin hizo un finger roll en la pintura justo al lado de Strawberry: Mountain Fire Truck. La Torre de las Américas en la cancha central comenzó a girar lentamente en algún momento.
Estoy casi seguro de que estaban jugando los Warriors y los Spurs, pero los Warriors vestían de negro y los Spurs vestían de azul.
Nadie me creerá, pero estoy casi seguro de que había un coyote enorme corriendo por la banda. Tenía una mirada de loco y unos ojos verdes brillantes que miraban al vacío y me quemaban el alma. Llevaba una camiseta con el número “2”.
Así es, incluso el número 2 parecía estar gritando.
El partido ya parecía perdido cuando comenzó el segundo cuarto.
Los Spurs fallaron sus primeros cinco tiros de campo del cuarto. Keldon Johnson se fue por la banda. Mitch Johnson recibió una falta técnica por ello. Steph Curry estaba en la cancha, pero parecía innecesario, como un disfraz de espantapájaros. Este partido obviamente cumplía un propósito cósmico que no parecía propio de las entidades físicas que ocupaban el espacio. Un talento como Steph Curry pertenecía a otro lugar. A algún lugar donde lo que estaba en juego parecía un poco más realista.
¡Vete, Steph Curry! ¡Vuelve al reino de los hombres! Adonde va este juego, no necesitamos carreteras.
Al finalizar la primera mitad, una versión instrumental del éxito de Jay-Z del 2000, “Big Pimpin'”, sonó a todo volumen por los altavoces. Blake Wesley encestó un triple con fadeaway.
El balón rebotó en el lateral del tablero.
Cuando Brandin Podziemski encestó sus primeros tres del partido, no le di mucha importancia. Les dio a los Warriors una ventaja temprana de 5 puntos. Natural. Esperado. Colocó una pantalla sin balón a Moses Moody por el codo y luego se lanzó más allá del arco. El balón le dio la vuelta, y el resto de sus compañeros se movilizaron, entrando en el ritmo de su ataque. Brandin esperó medio segundo. Miró fijamente a su defensor, Harrison Barnes, y decidió que tenía suficiente espacio.
La lanzó. Rápida y decisivamente. El balón rodó por el aro y entró. Salió el sol, como siempre. Las mareas obedecieron. El mundo continuó hasta el infinito. Chris Paul volvió a subir el balón a la cancha, con una mirada impasible.
